martes, 29 de septiembre de 2015

El banquillo por el presente y el respeto por el pasado

Hay ciertas conductas intolerables que me producen desconcierto, conductas cuyo motivo, si es que existe, jamás llegaré a entender. La crítica y las opiniones negativas son todas respetables, siempre y cuando no conlleven faltas de respeto. Más si cabe cuando el protagonista es un futbolista que lleva seis años dándolo todo por nuestro equipo del alma. Un futbolista sobre el que se puede opinar -como sobre cualquier otro-, pero que no merece recibir ni un solo insulto puesto que él nunca ha manchado la camiseta del Betis de algo que no sea barro, sudor y sangre.

Los amantes del oportunismo estaban deseándolo. Las escopetas cargadas. No le dio tiempo al balón a salir por el lado derecho de la portería de El Molinón cuando ya se podían leer repetidos tweets con los calificativos 'paquete', 'pésimo', 'bulto', 'desgraciado' o 'torpón'. Y si eso se lo dices a un jugador mediocre que nunca ha aportado nada o que se ha burlado de la afición, mira, pero si se lo dices a uno que ha contribuido a tu equipo con un beneficio de 80 goles...

Porque sí. Son casi 80 goles, 76 para ser exactos, los que hemos celebrado de un delantero que por méritos propios se ha colado entre los máximos goleadores de la historia de nuestro club. Y con miras a seguir escalando posiciones -solo 4 tantos le separan de un tal Alfonso Perez Muñoz, casi nadie, y en muchos menos partidos jugados-. Lo que viene después es lo típico de que para Primera no vale o que mete una de cada diez. Argumentos infundados, pues las estadísticas están ahí y cada uno puede consultarlas cuando quiera. Conseguir 28 goles en 6.045 minutos en Primera División -0,42 goles cada 90 minutos- no merece el respeto de algunos, merece sus insultos. A lo que hay que sumar numerosas asistencias y un trabajo de equipo apreciado por casi todos -excepto por los ventajistas-.

Quizá sea yo quien me equivoque y partirse la cara durante seis años por tu escudo sea merecedor de las mayores ofensas con las que se puede atacar a un futbolista. Quizá yo no entienda de fútbol y ser hombre clave en dos ascensos y una clasificación para Europa legitimice a los expertos futbolísticos a emplear todo tipo de improperios contra él. Quizá me he perdido algo y ahora ser un honorable capitán que, con el Betis ya descendido, decide jugar con la espalda jodida y dos dedos rotos por no dejar tirados a sus compañeros esté mal visto y merezca el rechazo de los aficionados.

A lo mejor es que los hábitos han cambiado y ahora el trabajo, la profesionalidad, la humildad y la humanidad son cualidades negativas y yo me acabo de enterar. Es la única explicación posible a los insultos. Estamos hablando de un hombre al que el Betis le prometió durante el verano de 2014 una más que merecida mejora de contrato y que en septiembre de 2015, tras no haber visto la promesa cumplida, aún no ha dicho ni. Digno de ser apaleado, ¿verdad?

Hay quienes deciden idolatrar a futbolistas con nombres llamativos que vienen del extranjero y que aún no han demostrado nada mientras vierten todo su desprecio sobre uno que ya lo ha dado todo. O prefieren admirar a los que suben fotos diarias con peinaditos modernos y tatuajes antes que a uno que lleva seis años trabajando en silencio.

¿Que tiene algunos errores sobre el césped? Por supuesto. Si no los tuviera estaría en el Atlético de Madrid o en el Valencia. Y que está pasando por un mal momento es innegable. Pero al igual que ahora no merece la titularidad, tampoco merece el desprecio de sus propios aficionados. Por su estado actual merece el banquillo, pero por estos seis años merece el respeto de cada bético del mundo. Respeto y admiración, al menos en mi caso.

Quizá si nuestro infravalorado protagonista se llamara Giorgio Molinni cambiaría la cosa...

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